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22.12.09

La crisis de los partidos políticos



En tiempos como los actuales, el valor de los partidos para la democracia luce inversamente proporcional a su atracción en los ciudadanos. Los partidos, cruciales en los procesos democráticos, son organizaciones crecientemente lejanas a la sensibilidad, el interés y la pasión ciudadanas. Esta paradoja tiene una veta nostálgica. Los Partidos Políticos, aquel clásico de Duverger, relataba la exaltación y compromiso de los individuos con los partidos. Tanto que, se informaba ahí, los marinos formaban “células de a bordo” para discutir en mar abierto la coyuntura política y partidista de su sociedad.

De entonces a la fecha, muchas aguas, revoluciones y metamorfosis acaecieron: el declive de las ideologías, la presunta muerte política de las clases sociales, la erosión del Estado de Bienestar, el derrumbe del muro de Berlín, el arribo de la supuesta postmodernidad, el desencanto, la atomización de la vida social, etc. Insertos en cambios de ese calado, los partidos, se diría por más de dos décadas hasta hacer fama, perderían militantes y densidad organizativa; acusarían el desdibujamiento de coordenadas ideológicas con las que identificarse; padecerían la volatilidad electoral de votantes desatados de referentes estructurales; y verían reducida su potencia para cumplir con sus funciones clásicas. En los años ochenta del siglo pasado, otro fantasma recorrería así el mundo: el de la inminente desaparición de los partidos.
El popular obituario de los partidos sería, sin embargo, precipitado, errático, falaz. Los partidos siguen existiendo y continúan siendo fundamentales para la vida democrática. Pero en ese escenario, los partidos no provocan atracción cuanto escepticismo, cansancio y/o aburrimiento en los ciudadanos. Por eso su estudio, antes efervescente, requiere hoy de motivaciones provocativamente ad hoc. Sugerimos una: los partidos, vista su capacidad de adaptación a las incertidumbres de nuestra era, han demostrado ser organizaciones poderosamente darwinistas. ¿A qué se debe ello? ¿Dónde radica esta vitalidad? ¿Cómo y de qué forma se ajustan al tempo posmoderno?
Para Folios, la sobrevivencia de los partidos a su propia crisis, y las interrogantes que ello trae consigo, son razones suficientes para proponer su (re)pensamiento. Los partidos, adoptamos así como premisa, no son criaturas bellas ni dechados de buenas costumbres y modales; pero a pesar de su condición reñida con la estética son indispensables para una democracia, que sin agotarse en ellos, los precisa como vehículos de pluralidad. Su estudio necesita por ello de nuevas hipótesis, esquemas conceptuales renovados, explicaciones emergentes y alternativas.
Bajo el concurso de esta idea, presentamos aquí cinco artículos especializados. Dos de ellos, de raigambre teórica, analizan el estado actual de la literatura partidista; uno (de Javier Duque) pondera los pesos reales y ficticios de la crisis de los partidos, y otro (de Víctor Martínez) sitúa esa misma crisis dentro de un inventario conceptual que, rastreado hasta sus últimas casillas, sustituye la noción de crisis por las de cambio, transformación o adaptación. Como pórticos, estos textos franquean la entrada a otros tres dedicados a los partidos más fuertes de México.
Irma Campuzano, navegando en los problemas de institucionalización del PAN, sugiere un problema central en los partidos: su institucionalización, contingente y no absoluta, es un proceso dinámico y sensible a reajustes. El PAN, puede entenderse desde este punto, vive un desfase entre una institucionalización conseguida como partido opositor y los desafíos que el gobierno implica para todo partido que a él acceda. Estando en sus manos el gobierno federal, la fortuna del PAN no es cosa de ignorarse.
El PRD es analizado por Adriana Borjas, autora del libro más completo que existe sobre este partido. Siguiendo la estela electoral del perredismo, dependiente en sus devaneos de la fortuna de un “hombre fuerte”, la del PRD es también una historia con acendrados problemas de institucionalización. Mejoras y tropiezos electorales devienen en ese partido, no de su impacto organizativo y/o programático, sino de un liderazgo personalista. Sujeto a los veranos y otoños de un carisma, ¿el PRD mantendrá esa inercia? Esa pregunta, se verá en el texto, pone el dedo en la llaga perredista.
Carlos Casillas, finalmente, traza el color más reciente de los destinos del PRI: negro, oscuro, lóbrego. El PRI, aspecto que Casillas resalta, ha tomado con poca seriedad la misión de pensarse a sí mismo luego de perder su hegemonía. Para su sorpresa, quedó de manifiesto en 2006, los votantes mexicanos no premian la ambigüedad. ¿Qué es el PRI, cuál es su proyecto, su ideología, sus objetivos? Preguntas de ese calibre, yugulares en el texto, son las que el PRI no puede seguir pretendiendo responder vía sus publicitadas, pero precarias, “reformas”.
Los partidos de México, como los de todo el mundo, no ganarán nunca un concurso de belleza. Pero sí, y es eso lo que debe exigírseles, deben recuperar el respeto y la confianza ciudadanas. Por “méritos” propios carecen de ese capital. Pero quizá ello obedezca también a cierta mitología perniciosa (conceptos idealizados, pero ya viejos y sin más utilidad que la histórica) alrededor de la naturaleza de los partidos. ¿Qué son los partidos y qué puede esperarse de ellos? Para esa pregunta ofrecemos aquí una primera respuesta, insuficiente y parcial, precisamente, para abrir a manera de bocado el debate.

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